
Mi tercer pasión.
La música está en mis genes. No concibo mi vida sin ella. Uno de los primeros sonidos que recuerdo es el del saxofón. No puedo decir qué edad tenía, era muy pequeño, un bebé todavía. Esa mañana mi padre ensayaba en casa, relaciono ese recuerdo con Tema de Tracy, pero no puedo asegurar si eso fue lo que papá tocaba.

Aprendí a tocar la guitarra a mis diez años. Practicaba unas cinco horas diarias. Llegaba de la escuela y hacía la tarea inmediatamente para que nada se interpusiera en mi ensayo. Mi padre me decía: “hijo, es importante practicar, pero también debes descansar, dales tiempo a tus dedos para recuperarse”.
Estaba yo tan emocionado que no oía los consejos de mi padre. El aprendizaje era desafiante pero también relajante, nunca se me hizo pesado.
Recuerdo que mis pequeñas manos no alcanzaban la posición para el acorde de Sol, y menos las pisadas con cejilla, pero me las arreglaba para tocarlas.
Practicaba con todo lo que caía en mis manos en ese entonces: Mandolina, contrabajo, quena, zampoña, y con un charango que me prestaron por poco tiempo.
Estuve en la rondalla de la secundaria y de la preparatoria.
Cumplidos los dieciséis ingresé a un grupo de música, tocaba el bajo eléctrico. Fue la etapa más maravillosa que he vivido, en lo que a la música se refiere. Tocábamos en todo tipo de fiestas y en bailes públicos. Alternamos con los gruperos más famosos de aquél entonces: Los Bukis, Los Yonic´s, Pegasso, Los Socios del Ritmo, El Súper Show de Los Váskez, Los Mier, Grupo Audaz, entre otros.
Me sentía un buen bajista, tocaba diferentes estilos, pero mi padre me dijo:
—No
eres buen músico.
—¿Por
qué papá? ¿No ve mis habilidades?
Y
me lucía con el bajo para demostrarle cuán bueno era.
—Sí,
se oye muy bien lo que ejecutas.
—¿Entonces?
—Si
no sabes leer, no eres buen músico.
Se refería a leer la partitura.
Tenía razón, yo era un músico de los que llaman “de oído” o “empírico”. Me defendía, con inmadurez, contestándole:
—¿Y
para qué quiero leer? Eso de seguir la pauta que alguien escribió me parece
aburrido. Yo prefiero tocar como me lo inspire mi corazón, mis sentimientos,
ser libre de improvisar. De otra manera, ¿Dónde queda la creatividad?
Mi padre me acarició el hombro y sonrió.
—Primero
debes aprender las bases de la música, ¡tiene tantos secretos!, y una vez que
las sepas, y las domines, haces con tu instrumento lo que te plazca. Imagina si
vas a otro país, con otro idioma, ¿cómo te pondrías de acuerdo en lo que se va
a ejecutar?
Me quedé callado, reflexionando.
Le pedí que me enseñara, y aceptó, pero por más esfuerzo que ponía en darme clases, no le quedaba mucho tiempo libre y nos fue difícil seguir un plan de estudios. Me dio sólo un par de clases, desafortunadamente, después se enfermó y murió, muy joven, a mi parecer.
Te confieso que, en realidad, la música es mi segunda pasión. Pudiera fácilmente anteponerla a mi profesión, de hecho, un día lo hice.
Cuando le dije a papá que me saldría de la preparatoria para dedicarme cien por ciento al grupo musical, se entristeció mucho y me aconsejó:
—Hijo, es mejor que termines la preparatoria, y después la universidad. La vida del músico es dura.
—Pero, papá, used ha vivido así, ¿Cómo puede decir eso?
—Precisamente porque lo he vivido. Y tú también. Has visto las carencias que hemos pasado.
—Bueno, eso es porque usted tiene muchos hijos, y aún así, nunca nos ha faltado la comida.
—Mira, hijo, en la música, hay veces que el pato nada y hay veces que ni agua bebe. Mejor termina una carrera, así tendrás una base firme de ingresos para mantener una familia. Si después te sigue gustando la música, te puedes dedicar a ella, como pasatiempo, o como músico profesional, ya tú lo decidirás.
A pesar de las palabras de mi padre, dejé la prepa y me dediqué a la música. Después de unos dieciocho meses, me hartaron muchas cosas de ese ambiente, me di cuenta que no era el estilo de vida que yo quería llevar. No era compatible con la estabilidad familiar que yo perseguía. Afortunadamente aprendí la lección muy temprano.
Y mira como son las cosas, seguí el consejo de mi padre, me inscribí nuevamente a la preparatoria, esta vez a una particular, y ahí encontré a mi novia, quien ahora es mi esposa.
Seguí con el grupo musical, ahora lo veía como un trabajo que me daba para vestirme y pagar mis estudios. Decidí dejarlo cuando ingresé a la universidad. Era ya muy pesado conservarlo después de trabajar en el despacho contable por la mañana y estudiar por la tarde.
Desde entonces, me alejé de la práctica de la música, muy pocas veces me he dado el tiempo de tocar la única guitarra que tengo. Extraño aquellas vivencias, pero no me arrepiento de la decisión que tomé. Ahora me divierto cantando en el karaoke, especialmente cuando hay convivios en casa. Dicen que canto bien, pero… tú sabes, es la opinión de mi esposa y mi familia.
No pierdo la esperanza de convertirme en un buen músico, según el criterio de mi padre.